Difícil contar la historia
de un grupo de tradición,
nos embarga la emoción,
se nos nubla la memoria.
Algunos están ya en la gloria,
otros, aquí sembrando
muchos frutos cosechando
del Arte que es su bandera
son niños con mucha estrella
Chenitas de San Bernardo.
Fantasía y realidad son dos palabras que se me vienen a la mente, en la hora de contar la historia de nunca acabar de “Los Chenitas”.
La fantasía es propia de los niños y de los soñadores que nos hace encender la chispa divina de la creación, que el supremo nos regala como su sombra.
Descubrir, escudriñar y ahondar en el Hombre y la Naturaleza ha sido mi tarea desde niña.
Recrear al hombre en su entorno, remodelarlo, vestirlo de belleza en la palabra, para hacerla poesía en movimiento junto a la Música y la Danza, es la fantasía que he volcado en la realidad “Los Chenitas en acción”, tiene ya 55 años de vida.
No me pidan exactitud de fechas ni de números pues huyo de las frías estadísticas. Saquen ustedes mismos la conclusión de esta hermosa historia que nació en 1963 en los márgenes del Río Maipo, locación: “Los Morros”. Mi profesión: Profesora rural, dentro de una modesta pero digna población arenera.
Mis alumnos: Hijos del rigor del chuzo y la pala.
Con el chuzo y la pala
mi vida pican la tierra
Como rosa fragante…
sale la arena.
Verso de una maestra normalista chillaneja, poeta y folklorista, enamorada del trabajo del hombre humilde, que es el verdadero modelador de la Naturaleza, Rolando Alarcón, el célebre autor del hermoso himno “Si Somos Americanos”, que hoy canta toda Latinoamérica, fue mi maestro, el hombre que me enseñó a amar la belleza que encierra el canto de la tierra. Y desde ese panorama, durante cuatro años, fui forjando un grupo de niños, hijos de cantores a lo humano y a lo divino, de intérpretes del acordeón a botones y de vigorosos bailarines de “cueca arena”, estilo que sólo se da en los márgenes de los ríos como el Maipo. Sonoras voces que fueron descubiertas con asombro por las autoridades de turno y por investigadores y folclorólogos de la Universidad de Chile. Enamorados de Violeta Parra, Enrique Lihn y Enrique Lafourcade veían en mis cantores y bailarines areneros la verdadera y pura expresión del acervo cultural.
Toda la fronda intelectual del año 1963, fue testigo de la osadía de terminar una muy zapateada cueca con ojotas, nada menos que arriba del monumento de don Andrés Bello. Tal entusiasmo de los intelectuales por el rescate del purismo sin artificios o el retrato de la realidad, ya estaba dando frutos en el gran movimiento que ya se estaba gestando: poetas, músicos, escritores y artistas plásticos estaban escudriñando la “Otra Realidad” que no querían ver: la otra cultura, la sumergida, la que ha permanecido oculta, que no tiene autor, pues ha sido modelada por el pueblo.
Largo sería enumerar las personalidades científicas que colaboraron en el rescate y la difusión de estas expresiones culturales. Desde el Instituto de Investigaciones Musicales de la Universidad de Chile se desarrolló una amplia labor en pro de la conservación de las fiestas religiosas donde lo profano y lo festivo eran inseparables. Desde la fiesta de la Tirana y abarcando todo un ciclo anual de celebraciones religiosas. A lo largo y ancho del país se vivió la efervescencia de los cantos de los alféreces, las danzas a las cofradías y el ritual sagrado dentro y fuera de las iglesias.
Comportamientos del hombre frente a la fe y las promesas hechas de por vida a la Carmelita. Vestuario, comidas, transportes, adornos, organología, poesía y reglamentos en un todo. Objetivo: El hombre, el misterio y el alcance de la esquiva felicidad.
Desde los comienzos del siglo veinte, estudiosos merodeaban copiando largos romances a cultores analfabetos, pero con un gran tesoro para entregar: “la historia de la humanidad”. Cantores a lo Humano y a lo Divino daban fe de una memoria envidiable, donde se trenzaba el bien con el mal, la Virgen y su corte celestial, junto a la picardía de los Santos Apóstoles que como jugarreta literaria los hacían aparecer más humanos y más cercanos a los defectos y virtudes del pueblo sencillo. Paralelo a ello, rescataban el canto tradicional de las cantoras de trilla y rodeo, las afinaciones traspuestas, los toquíos, versos, brindis, proverbios y refranes, sucedidos, leyendas, chascarros y las danzas de antigua data.
Todo este movimiento en pro del rescate científico de nuestra cultura folklórica, generó un acercamiento de toda la intelectualidad; específicamente del Gran Santiago a lo “popular y tradicional”, de usos, fiestas y costumbres.
Violeta Parra, reina indiscutida era el derrotero folklórico, hermana del gran antipoeta Nicanor Parra, quien la instó a recopilar exhaustivamente todo lo que fuera palabra poética salida de las cantoras, que esparcidas por el amplio territorio de la zona central solían aterrizar en los andurriales y caseríos de los barrios marginales de Santiago.
Tanto convivir con ellas y sus guitarras campesinas dio como resultado la creación de décimas de una gran profundidad, donde vació toda su corta pero maravillosa aventura de vivir.
Artista plástica, creadora de piezas en guitarra para ballets, genial en todo lo que de sus manos floreciera, hizo que sus obras musicales tuviesen la coherencia del arraigo. Eran los benditos años sesenta, en que comenzábamos a descubrir no sólo a Violeta, sino que a todos sus hermanos, buceadores de mar y tierra, en busca del tesoro perdido: nuestra Identidad.
Y “Los Morritos”, que fue mi primera fantasía real con el “Arte-Vida”, coexistieron con el canto de la Viola Chilensis.
Rindo homenaje a esos esforzados hijos de areneros los cuales fueron la base para la formación de “Los Chenitas”, aquí, en la ciudad de San Bernardo. Ellos me enseñaron a vadear el río de la indiferencia y a sacar frutos donde sólo hay arena.
Abril de 1964, calle Victoria N° 545, San Bernardo: casa de mis padres, hora: 17:00.
Quiero describir la escena en que cuatro personajes labrarían mi destino y que fue el comienzo de la leyenda de “Los Chenitas”.
En la salita del piano me esperaban con la impaciencia que lo caracterizaba don Raúl Valdivia San Juan, mi padre, sentados el poeta e inspector escolar don Óscar Martínez Bilbao y don José María Domínguez Vera, quien había salido notificado como sucesor del cargo de don Óscar.
Asombro, dudas, miedo y expectación, hicieron que se me secara la lengua y que mi delgado esqueleto se hiciera invisible.
Pasaron por mi mente mil pensamientos…
Cierto era que me arrancaba de las clases enclaustradas en las cuatro tablas de mi sala y llevaba a mis alumnos a caminar por la naturaleza. Sólo ahí las clases de ciencias naturales tenían aroma de verdad.
El otro pecado era evadir las matemáticas con las cuales nací peleada y llenar el pizarrón de música en vez de números.
Demasiadas veces convoqué a los alumnos de otros cursos a ensayos de baile en forma extraordinaria, con el enojo de los directivos.
Me reunía con los apoderados en lugares que no eran el recinto escolar para acordar de una vez por todas terminar el patio trasero de la escuelita donde sólo había matorrales y grandes piedras que limitaban con la ribera del río. ¿Sería ese un pecado?.
Pero lo más grave, y lo tenía en mi conciencia, era aceptar las invitaciones de mis apoderados a compartir con ellos su vino y su pan.
Era la única manera de conocer profundamente su mundo, tan distinto al mío.
O, quizás me vendrían a reprochar la vez que en canal 9 hice un llamado al pueblo de San Bernardo y sus autoridades para que la escuela N° 14 de Los Morros, tuviese piso y cielo de madera, pues tanto los profesores como los alumnos “diente con diente” en invierno.
Aprovechando el instante en que “Los Morritos”, luego de bailar fueran entrevistados por Alejandro Michel Talento, el “Tío Alejandro”, me hizo contar a los televidentes la realidad en que vivían los “Artistas” areneros.
¡Demasiada crítica del sistema educativo!
Revolucionaria de los rígidos esquemas que a nada conducen (ni han conducido)
Habla otro idioma señorita Elena…no nos entendemos
¡Usted no pertenece al rebaño, vuelva a estudiar Arte!
Palabras que escuché cuatro años a diferentes docentes directivos, por supuesto muy bien intencionados.
“¡Parece la Carmela de San Rosendo!” – exclamaban los profesores y estudiantes cuando me veían llegar con los brazos llenos de flores y frutas, nada menos que a la calle Dieciocho (donde estudié tres años y medio folklor y educación física).
¡Tenía tantas faltas a la moral y a las buenas costumbres que no merecía el título de Profesora Normalista!.
Ahí estaba la cosa…mientras miraba la cara de los tres “acusadores”, trataba de ocultar el canasto con duraznos amarillos y olorosos que escondían una docena de huevitos azules, regalo de mis alumnos.
Hija: estos caballeros te esperan hace más de una hora!. Perdonen, pero no tiene hora de llegada con esto del “guitarreo”- (y lo dijo con tal desprecio que mi guitarra se desmayó), y dirigiéndose de nuevo a los caballeros dijo: “y yo, soñaba que Elena fuera abogado…¡y, ahora esto!”.
Estas y otras nerviosas palabras disculpándose por la pobre profesión de su hija Elena, fueron saliendo de la boca de mi padre.
Yo, sin hablar, pálida a pesar del sol arenero, escuché por fin al poeta.
¡Elenita!, no te asustes, vinimos a proponerle a tu padre una buena noticia para ti.
Él nos ha manifestado en tu ausencia no estar de acuerdo con tus viajes al campo.
Desea que sigas una carrera más de acuerdo a tu preparación intelectual, y como ya cumpliste con tuis años de ruralidad – acotó don José María – queríamos destinarte una plaza como profesora de folclor aquí, en San Bernardo.
Mientras recuperaba mis colores y las flores campesinas su perfume, pregunté con mi cascada voz: “¿y dónde se puede saber que haría clases?”.
¡A dos cuadras de tu casa, niña!, en la Escuela de Cultura Artística – dijo el poeta – ahí tengo muchos amigos artistas y tú estarías como “chancho en la batea”.
Mi padre, que seguía desconfiando de los “artistas”, les confidenció que el piano que estaba en la salita, alguna vez yo lo había tocado, pero que la guitarra a él lo hacía pasar vergüenzas.
¡Una hija chinganera! (sólo me lo perdonó quince días antes de su partida, cuando juntos cantamos “Gracias a la Vida” y descubrí con sorpresa que dominaba a la perfección los versos y la melodía de la más bella creación de Violeta).
No, don Raúl – respondió don José María – ella realizará una labor educativa muy importante. Tendrá la misión de formar un conjunto con niños de todas las escuelas de San Bernardo. Conozco la labor que realiza Elena en el Río Maipo y no tengo dudas que es exitosa.
Como una cortina que se abre para recordar el pasado que diseñó mi futuro, así recuerdo nítidamente como cuatro personajes de esa escena otoñal de 1964 dieron vida a mi fantasía-real.
¡Crear una Escuela de Arte Folclórico!.
Con mucha pena me despedí de colegas, apoderados y alumnos de Los Morros, de los cuales no me despegué por completo pues fueron la base de mi nuevo grupo.
Cuatro años aprendiendo más que enseñando en los márgenes del río Maipo forjaron para siempre en mí, valores de los que no he claudicado frente al Arte-vida.
Coherencia con el entorno Socio-cultural del hombre y su mundo
Amor a la Ecología, elemento sublimador del Arte desde la Naturaleza
Defensa de la Identidad como arma formativa y creadora
La Belleza y la Verdad como elementos críticos del quehacer docente
DOS HITOS IMPORTANTES: En abril de 1964, dos hitos marcaron mi vida. Nacieron “Los Chenitas” y conocí al que sería mi compañero de toda mi vida: Arturo García Araneda.
Desde entonces y sin descanso Arturo y yo hemos podido seguir contando la historia, casi leyenda, de este grupo que ha renacido muchas veces por las vicisitudes de la vida.
La fantasía de crear un grupo pionero de la cultura folclórica infantil partió con bases muy sólidas, desde la mejor Escuela Ambulante de la Cultura Artística del País, dependiente del Ministerio de Educación.
Viejo caserón que albergó alguna vez al poeta Manuel Magallanes Moure, a don Evaristo Molina; investigador, filólogo, escritor y folclorista, y a su familia. Sitio que todavía está en poder de la sucesión Márquez de la Plata.
Veo en su ruinoso patio la higuera que fue la delicia de mis Chenitas y sus murallones que se niegan a morir.
Su ubicación, Arturo Prat N° 279, esquina Bulnes, Dios quiera que su sitio no sea ocupado por un nuevo estacionamiento de autos o por un frío edificio de consultas médicas.
Alguna vez escribiremos su historia, pues el viejo caserón que albergó la Escuela de Cultura Artística de San Bernardo, fue la fragua donde se forjó uno de los más grandes movimientos artísticos de la época que aún perduran en nuestra ciudad.
Pintores, escultores, ceramistas, talladores, grabadores, actores de teatro, bailarines, músicos, folcloristas salieron a raudales para iluminar la cultura de la libertad.
A los niños escogí
de las escuelas cercanas
al frente de mi ventana
el profesor Ramón Fritz
no demores en venir
pues la 1 es la primera
la 7 es muy buena escuela
y la 2 tiene prestigio
con ellos harás prodigio
muy buen futuro te espera.
Con los buenos deseos de mis colegas de la Escuela de Cultura Artística y de los docentes de las escuelas mencionadas, di comienzo a la aventura de formar actores, cantores y bailarines de la Cultura Folclórica.
Objetivo General: “A través de cursos de guitarra básica aplicada al repertorio tradicional y folclórico, formar base musical para la interpretación de rondas y danzas proclives a la edad e intereses de los alumnos”.
El extenso horario que excedía a las 36 horas semanales, fue acordado en conjunto con don Manuel Leyton Berríos, recién nombrado director de la Escuela Artística.
Se agregaron a mi cátedra: profesores, religiosas, adultos y jóvenes liceanos. Con estos últimos formé un grupo juvenil que denominé “Los Chenas”.
Se conformó un amplio espectro folclórico donde tenían cabida también los cultores naturales quienes entregaban su sabiduría a quienes lo solicitasen.
En menos de un mes de Cátedra de Folclor, tenía más de 60 alumnos y el día 25 de mayo bautizados como “Los Chenitas” y “Los Chenas”, hicimos nuestra primera presentación en la histórica sede de calle Covadonga, la Sociedad de Socorros Mutuos de San Bernardo.
Comenzó entonces una etapa que resumiremos en dos líneas: “12 años de respeto hacia el estudio, práctica y difusión de nuestro patrimonio cultural, dentro de un gran marco de Libertad Creadora”.