La casa de don Juan Díaz Bustamante en la villa Quinto Centenario de San Bernardo, guarda un secreto de gran valor patrimonial e histórico y que tiene directa relación con las locomotoras, pero en pequeño formato, a escala.
Para él, no importa el modelo, ni el año, las fabrica con esmero y profundo respeto desde el alma misma de la madera, su material más querido que como piel va perfilando sobre diminutas piezas hasta llegar a una perfección difícil de igualar, porque don Juan sabe el oficio de carpintero-artista más que nadie en el mundo.
En silencio escoge listones, los acomoda, lija de extremo a extremo, sutilmente, magistralmente.
Bastaba con mirar hacia el cielo, en el patio de su casa e imaginar esos aviones construidos en madera, pero nunca vislumbró, con el correr de los años, que esa sería su principal pasión al punto de llevarla a la perfección.
Sí, porque es capaz de fabricar aviones y locomotoras a escala apenas mirando una fotografía, como referencia; sin planos, algo que parece difícil de creer, pero es verdad. Cada una de las obras de don Juan son piezas de arte llevadas a un nivel elevadísimo, sorprendentemente realista y detallista.
Su pasado siempre estuvo ligado a la madera, lo sabe, como tramoyista en los prestigiosos estudios de “Protab Televisión” (Sociedad Productora de Programas de Televisión, Ltda.), responsable de las mejores producciones en nuestro país y gestora de numerosas telenovelas entre las décadas del ’60 y ‘70
Algunos de sus trabajadores eran los cineastas Helvio Soto, Patricio Kaulen, Silvio Caiozzi y otros como Germán Becker y Arturo Moya Grau.
Protab produjo notables programas como; El Doctor Mortis, el Show de Silvia Piñeiro, Juani en Sociedad, Martín Rivas, el Padre Gallo, Ayúdeme Usted Compadre, y muchos otros.
“Conocí grandes estudios, del porte de una cancha de fútbol” – me dice don Juan
“Estuve 5 años en televisión, de tramoyista. Era una empresa grande que prestaba servicios a los canales.
Llegaban con los planos, y decían ‘queremos esto’…¡y se hacía!, también los clásicos de la Universidad de Chile, donde la gente iba con sus niños, en familia. Se transmitía por canal 13 junto a Germán Becker.
Incluso hasta trabajé de “extra” cuando faltaba alguien…’¡oye, nos faltan extras, vengan los tramoyas con cotona!’ – recuerda
Conoció de cerca a Emilio Gaete y Silvia Piñeiro; la familia Moller Mckay de “Juani en Sociedad”, en la exitosa serie transmitida por canal 13 entre 1967 y 1972, con un gran elenco (Sonia Viveros, Jorge Guerra, Nelly Meruane, Violeta Vidaurre)
“Uno tenía que llegar tempranito; desarmar todo un set para una comedia. Le tocaba a Juani en Sociedad…¡ya no dábamos más!, y el estudio lo habíamos montado…había que pintarlo…armando y desarmando sets con bastidores de cholguán y álamo, porque no se tuercen, de 50, 1 metro…hasta 4”
Su casa alberga un pequeño taller, bajo la escalera, con elementos necesarios pues no tiene espacio suficiente para armar todas las herramientas que quisiera, sin embargo se las ha arreglado para seguir con su encomiable labor.
Nacido y criado en San Bernardo, cuenta que nació en calle General Urrutia, pasado un canal de regadío donde antiguamente funcionó una curtiembre, después junto a su familia vivió en el Barrancón.
“Éramos doce hermanos; a mi papá no le alcanzaba para comprar juguetes a todos.
Cuando llegaba la pascua nos decía que dejáramos los zapatos afuera de la casa porque el viejito pascuero iba a pasar.
A cada uno le entregaba una camioneta, un autito, un carrito, un tractor a veces, pero hecho en madera, y tantas cosas que se hacían. Hasta que un día lo pillamos…era él que hacía esas cosas para tener juguetes, pero no era triste.
‘Vamos a ver si el viejito pascuero alcanza a pasar por aquí’, para no decir que estaba corto de plata”
Si tuviera que recordar cada uno de los aviones que fabricó en su vida, incluyendo una réplica exacta del mítico avión “Pillán” de los ’80, diseñado por la industria aeronáutica nacional, y claro, las viejas locomotoras:
“No me acuerdo cuántas locomotoras…serán unas 20, porque antes me dedicaba a la aviación; después ya me dediqué a las locomotoras porque salieron las maquetas de resina. No es lo que yo hago; me gusta hacerlas yo; parto con un par de palos, un par de tablas y ahí voy sacándolas pieza por pieza, y después las armo no más.
A los 8 años, más o menos, empecé a hacer aviones chiquitos de álamo, después fui creciendo y como era un fanático de las maderas, llegué a perfeccionarme bien. Como a los 14 años empecé a hacer aviones a escala; a la Fuerza Aérea les vendí varios…muchos.
Me gustan todas las maquetas, uno le pone amor, empeño, si le mandan a hacer algo…que la persona quede conforme con lo que se lleva. Yo soy fanático de todo lo que sea madera, y no tan sólo he hecho aviones y locomotoras, sino que juguetes…claro que vivíamos en un lugar donde había espacio…ponía mi ‘Fidae’ en mi casa” – cuenta
En su barrio es conocido como “el caballero de los aviones”, de esa manera es fácil ubicarlo, más que por su nombre, los vecinos se maravillaban con las maquetas cuando las exhibía para secarlas de unas cuantas manos de pintura.
Su hijo trabaja en Fepasa y aporta en gran medida al conocimiento más técnico y detallado de las maquetas.
Actualmente comparte su tiempo entre el trabajo, que le da el sustento diario, y la pasión de crear piezas originales e irrepetibles de la historia ferroviaria sanbernardina:
“Es que yo no tomo una locomotora y le dedico el tiempo que necesita, pues trabajo en otras cosas; les doy tiempo el sábado, cuando trabajo a veces, el domingo también, y en invierno sobre todo tengo más tiempo porque la gente merma las reparaciones de casa y ahí aprovecho, pero me puedo demorar en una locomotora (depende del estilo), unas dos semanas. La mayoría de las veces son los tiempos que dispongo fuera de mi trabajo.
Ahora ya me gustaría dedicarme de lleno a esto, pero mi casa no me acompaña, por el espacio. Tengo una maquinita ahí, y tengo otras herramientas que he comprado que han salido, porque esto es especial…pero no puedo echarlas a andar porque dejo la polvareda. En vez de usar lijadora, las lijo a mano, las piezas chiquititas, voy haciendo las piezas, y después las voy armando, y cuando tengo el cuerpo de la locomotora, del bogie, y todo eso, ya lo demás lo voy adaptando”
Quedó atrás esa época de trabajos manuales al interior de las aulas, hoy las competencias, sellos, y habilidades instan a las comunidades escolares a reducir el desarrollo de motricidad fina, oficios, artes y en general cultura humanista:
“Un niño no sabe martillar, no sabe cortar, no sabe hacer nada. Desde pequeño me gustó eso y hasta el día de hoy. Me han mandado a reparar lanchas que han comprado afuera, me han mandado a hacer molinos de viento, grandes, como de 60 más o menos de altura.
Tengo una anécdota con Emilio Gaete; tenía una diligencia antigua, y para un temblor se le cayó.
Un día, haciéndoles unos trabajos me dijo: ‘Don Juan, usted que es tan bueno para la madera, tengo una cosa, a ver si me la puede arreglar. Me la pasó, era toda la diligencia, cuatro caballos, más el que manejaba, y se le ‘desguañangó’, y como me gustaba eso, empecé a armarla…¡se la hice completa!, y se la devolví como él la tenía.
No hay pasión más grande que la madera, a donde mire hay madera, maderas por todos lados; entonces esa es mi pasión, el trabajo manual que aprendí, primero de mi papá, y después en el colegio” – confiesa
Sus manos han trabajado en proyectos muy especiales, como la “Serpiente de Oro”, la locomotora americana “Niágara” y la más especial de todas, la “Juan Antonio Ríos”, fabricada en los talleres de la Maestranza Central de Ferrocarriles de San Bernardo.
“Ocupo maderas de raulí o álamo, a veces las bases son de lingue o raulí, que no se tuerzan, después vienen las lijas, las colas, las puntas; a veces hay piecesitas chicas que necesitan…ya la punta no me sirve, la punta, no el clavito, la punta no me sirve porque me las rompe; entonces compro cajas de alfileres de cabeza, y ahí depende del porte…con el cortante las corto y las dejo a la medida que voy a ocupar, pero con una lerna las encamino, después las encolo y pongo sus remaches. Después vienen las pinturas que son al duco…hay que mandar a hacer las letras, los números, acrílicos que les hago a las ventanas”
Su trabajo está lleno de detalles que pueden parecer insignificantes ante los ojos que contemplan la pieza terminada, pero que no basta para don Juan que aprendió, gracias a su oficio, a ser minucioso pues sabe que sus obras terminarán en buenas manos, por personas que saben de historia o que en algún momento de sus vidas han estado ligadas a la Maestranza de San Bernardo, esa misma que a un par de cuadras de su casa desapareció junto con la promesa de rescatar y poner en valor el legado ferroviario:
“No sé cómo hay gente que haya terminado con algo tan nuestro…ahora no queda nada, y por eso me dedico a esto, porque hay mucha gente todavía, ancianos, más que yo, que cuando ven una locomotora se emocionan y lo emocionan a uno por el hecho de hacer algo que a ellos los llena de recuerdos” – declara
Con emoción recuerda a Guillermo Cruces, un defensor del patrimonio ferroviario de nuestra comuna. Juntos cultivaron una amistad y a poco andar planificaron la construcción de la locomotora Juan Antonio Ríos que debería encontrarse en el gimnasio ferroviario.
Don Guillermo no alcanzó a verla terminada, pero, confiesa, vio todo el proceso, en bruto y fue artífice en la difusión de su obra.
Confiesa que otro de sus sueños es traspasar sus conocimientos a las nuevas generaciones; tarea difícil por la arremetida de la tecnología en desmedro de los oficios que (desafortunadamente) van en retirada.
“Estoy medio parado porque no tengo un espacio, ojalá tuviera un espacio para poner un taller…¡armaría tantas cosas!.
He querido comprarme un torno, pero…a dónde lo pongo. Tengo una sierra que es de mesón; si la pongo arriba de la mesa no puedo trabajar, entonces eso es lo que me hace falta…tener un taller y alguien que se interese para que pueda aprender.
A las cosas hay que dedicarles tiempo, y ese amor por las cosas, por realizar algo” – acentúa
“A la gente que valoriza lo que yo hago me hace sentir bien, y si alguien necesita aprender de lo que yo sé, no tiene más que ubicarme y con gusto le enseñaré.
El día que yo me vaya…se acabó todo; va a quedar el recuerdo de las personas que obtuvieron algo no más” – concluye